martes, 15 de diciembre de 2009

Colombo presenta libro “Bosch, la palabra y el eco”

La obra recopila las entrevistas del periodista con el político y literato

Clave Digital

SANTO DOMINGO, República Dominicana. El secretario de Estado de Cultura, José Rafael Lantigua, cerró la noche del martes el año del centenario del natalicio del profesor Juan Bosch, con la puesta en circulación del libro “Bosch, la palabra y el eco”, de Ramón Emilio Colombo, en el que se recopilan las entrevistas realizadas en diferentes momentos por el periodista al líder político y escritor.

Lantigua destacó que Colombo inauguró una forma nueva de hacer periodismo en la República Dominicana, en la que el trabajo del texto minucioso se vinculaba estrechamente con la literatura, siguiendo los pasos de grandes escritores que al mismo tiempo fueron periodistas, como Gabriel García Márquez.

Reveló que su columna en la sección Biblioteca, un suplemento cultural que él dirigió durante muchos años, estaba influenciada por los escritos Colombo, y que con ello pretendía hacer una especie de editorial breve, conciso y escrito con intenciones de dar continuidad a la columna “Un Minuto” de Colombo.

José Mármol presentó el libro y elogió la calidad del texto de Colombo, a quien calificó como uno de los periodistas más creativos del país.

A continuación el relato de Colombo sobre sus relaciones con Juan Bosch, y la historia de los reportajes y entrevistas que escribió en diversos periódicos sobre Juan Bosch:

Cuando José Laguna Sánchez, molesto por mi terca renuencia a ser periodista, logró en enero de 1967, en México, publicar en su revista “Hoy en Día” mi aberrante primera cuartilla, heroicamente corregida por él mismo, no pensé que en el trayecto de esta larga historia de hechos, vivencias y personajes, se me presentaría alguien que había decidido vivir una novela muy suya, pero que quedaría irremediablemente inédita por la sencilla razón de que a él nunca se le ocurrió escribirla. Es más, tengo la sospecha de que no se dio cuenta, o quizás no aceptó el hecho, de que él era el protagonista más idóneo de una gran novela histórica.

Pues digo que narrar su vida por él mismo, sin agregar más palabras, sin poner más imaginación ni sumar audacias y sin sumar más pasión, hubiera significado quizá la novela más amplia y grandilocuente, y de mayor calidad testimonial del siglo veinte, desde su nacimiento hasta su muerte, que es lo mismo que desde el nacimiento de nuestro personaje hasta su propia muerte (que se produjo precisamente después de presenciar la muerte de su propio siglo).

Y eso no me lo explico, tratándose del personaje de la inmensa e inacabable escenificación de la historia dominicana que fue ejemplar portador de las aspiraciones ciudadanas de millones de dominicanos en tres generaciones; que fue uno de nuestro más importantes taumaturgos de la palabra; que fue un magnífico inventor de gestas y que fue un fino tallador y pulidor de sueños propios y ajenos. Y que fue, contabilizando y pasando raya a sus aciertos para éste y errores para aquel, o viceversa, profundamente humano, con todas sus debilidades y sus fortalezas.

Precisamente eso que acabo de decir fue lo que pensé el 17 de abril de 1982, tras revisar minuciosamente mis notas y transcripciones de más de un mes de investigación periodística de la vida de Juan Bosch, antes de escribir el primer párrafo de una de las cuartillas más difíciles, pero al mismo placenteras de mi carrera. Tan difícil, que me costó varios días asimilar lo que acaba de vivenciar con la vida misma de Bosch; porque era tan atractivo todo el material que aportaba su vida; porque no sabía, en el montón de hechos de su anecdotario escoger uno para empezar a contar; porque me presentaba el riesgo de declarar a la franca mis simpatías con el personaje, lo que hubiera condenado el reportaje a lo que nunca me ha gustado: hacer apología de nadie (lo que por cierto hoy es práctica común en la execrable categoría del por suerte intrascendente periodismo vendido y comprado).

Decía que fue un trance muy difícil emprender el primero párrafo de la primera cuartilla (sucede en la práctica periodística que el resto resulta más fácil), pero al mismo tiempo placentero porque no podía yo desaprovechar el inmenso potosí de imágenes que aportaban todo y cada uno de los capítulos de la vida de Bosch, escribiendo en discordancia con la naturaleza novelística de esa historia y sus contenidos comprometedores. Porque se trataba, primero, de un gran escritor, un gran generador de ideas, un gran líder político y uno de los paradigmas morales del tiempo. No me imaginaba yo contando esta historia como cualquier historia.

De ahí que elaboré cada párrafo con verdadero deleite narcisista cada vez que lo revisaba por sus cuatro costados, por arriba y por abajo, procurando siempre que cada detalle se contara con elegancia y sin mentiras, como es deber de todo el que se respete en este oficio. Debo decirles, aquí en confianza, que al término de las cuatro o cinco horas que me demandó la primera de las ocho partes de la semblanza, en el cenicero había quedado media cajetilla de cigarrillos y la botella de ron tenía unos cuatro tragos menos.

Por todo lo anterior sentí una satisfacción del carajo cuando al otro día, al cometer el sacrilegio (créanlo que por única vez en mi vida periodística) de someter el original inédito al escrutinio literario de aquel personaje de la gran novela de la que hablo, el me dijera: “A esto no hay nada que quitarle ni agregarle…sigue escribiendo”.

Y así fue, pues seguí escribiendo de nuestro personaje. Más allá de la semblanza para El Nuevo Diario, donde poco tiempo después trabajé con Bosch en una de las primeras tertulias con los líderes de los ochenta, desde la triple perspectiva del reportaje, la crónica y la entrevista, y tres años después, esta vez en el diario Hoy, lo entrevisté sobre los dolorosos ramalazos del primer acuerdo con el FMI, como parte de una larga serie de entrevistas con líderes del pensamiento político y económico de la época.

Por cierto, tenía el propósito de concluir esa serie con el entonces ex presidente Joaquín Balaguer, a quien me acerqué al término de una de sus caminatas de salud por el Mirador, para pedirle la cita para la entrevista… (Alguien me había advertido que si él no me fijaba la cita y llamaba a Pérez Bello para que me pusiera en su agenda, significaba que no me concedería la entrevista).

Luego de saludarme con su mano afelpada y como sin huesos, lo primero que me dijo fue:

“Me gustó mucho su entrevista a Bosch, especialmente por lo de los almendros de la César Nicolás Penson…”

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