jueves, 22 de octubre de 2009

El alcalde y el general

Andrés L. Mateo/Clave Digital

El alcalde pedáneo de Sábana Cruz, Socio Lino González Morel, no conoció la barbarie nazi, el desastre de Stalin, o el genocidio de Pinochet; pero sabía que los cinco mil pesos que le mandó el “general” Guillermo Guzmán Fermín estaban tintos de sangre. Hombre humilde, de esos que firman compromisos con un pelo del bigote, se levantó y buscó el rollito con las papeletas de quinientos pesos, contrariado porque el azar había llevado a los presuntos secuestradores hasta sus predios, y blandiéndolo en el aire exclamó: “Ese dinero no lo quiero, me pidieron que me callara, que no hablara con los periodistas. No quiero ser parte de ese crimen, lo entregué vivo, quiero estar limpio ante Dios”.

Socio Lino González Morel y Guillermo Guzmán Fermín son dos modelos contrapuestos de conducta pública que la sociedad dominicana debe observar con detenimiento. Guzmán Fermín es “general” y jefe de la policía, Socio Lino es alcalde pedáneo. El “general” cree que tiene derecho de vida o muerte sobre los delincuentes, o cualquier ciudadano, y ha convertido a la Policía Nacional en un temido ejército de ocupación de su propio país. El alcalde pedáneo se topa con un delincuente y lo entrega a la justicia para que determine su destino. Guzmán Fermín vira los ojos hacia el cielo en una misa de gracias, pocos minutos después de haber propiciado una bacanal sangrienta. Socio Lino teme a su Dios y en la trama de su vida sencilla el crimen es espantoso y ruin.

¿Hay algo más peligroso para un país que un Jefe de Policía para quien el crimen únicamente se combate con el crimen? Un alcalde pedáneo, como Socio Lino, funda su autoridad en las relaciones primarias. Su poder es también moral. El “general” que sólo cree en la sangre se equivocó por eso. Pudo más el peso de la virtud del humilde alcalde, que el miedo y el dinero. Aunque la desgracia es que el horror y la protesta quedan ahogadas en las gargantas, y ante el secuestro el crimen y las desapariciones como métodos de investigación policial, hubo que esperar que el infierno diera testimonio de sí mismo.

El supuesto secuestro de Baldera estará en una antología siniestra del autoritarismo policial, porque en nombre del Presidente de la República el “general” ascendió a los sargentos mayores Danilo de Jesús Franco y Manuel Antonio Hernández, y elogió ante la prensa los pormenores de un “combate heroico”, que, en realidad, se limitó al asesinato de dos hombres amarrados y reducidos a la obediencia. ¡La sociedad tiene que reaccionar ante este retroceso! No es posible volver al capítulo en que una persona se desaparecía (¡Oh, Dios, Narciso González!) porque un “general“ sanguinario lo ordenaba, y luego “la razón de Estado” lo ocultaba. El Presidente se define como “civilista”; que lo demuestre en este caso. El modelo es el Alcalde, que teme a Dios y rechaza la sangre.

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