martes, 24 de noviembre de 2009

¡Es un honor ser social demócrata!

Tony Raful

A Pierre Schori, amigo entrañable de Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez

Si bien la social democracia es una constelación de 170 partidos políticos de los cinco continentes y de que, en el seno de estas organizaciones se libran luchas ideológicas, hay un eje conductual que orienta los principios generales y la vocación social de identidad con los trabajadores y sectores explotados de la sociedad. En la complejidad del mundo actual se han debilitado los polos de confrontación en los términos en que los antagonismos caracterizaron las luchas en el siglo pasado. Mijaíl Bakunin y Carlos Marx libraron una batalla ideológica en la Asociación Internacional de los Trabajadores, conocida como la 1era Internacional, en 1864, sobre la permanencia provisional o la abolición del Estado.

Mientras Bakunin, anarquista, sostenía que toda toma del poder por parte de las fuerzas socialistas debía ir acompañado por la destrucción de la maquinaria del Estado, y que de ninguna manera el Estado podía sobrevivir, ya que su naturaleza era opresora, y toda clase que lo asumiera, aunque fuera provisionalmente se convertía en autocrática aunque fuera la clase obrera, Marx, alegaba que entre la toma del poder y la abolición del Estado tenia que establecerse un período de transición, en el que el Estado se extinguiría como consecuencia de la supresión de la lucha de clases.

Ni Bakunin ni Marx ganaron la discusión sobre el Estado, y aunque Marx legitimó el ejercicio del poder del Estado para la denominada “dictadura del proletariado”, ésta no fue temporal sino permanente. Ni Marx, ni posteriormente el revolucionario ruso Lenin, pudieron dedicar mucho tiempo a explicar esa transición de la “dictadura del proletariado” a la sociedad comunista sin clases. Fue Lenin quien hablando sobre el Estado se atrevió a ponerle fecha a la extinción del mismo, sin definiciones sólidas ni contundentes que explicaran su devenir.

El legendario comandante guerrillero venezolano Douglas Bravo, quien estuvo recientemente en el país invitado por la Academia Dominicana de la Historia para explicar su colaboración con las expediciones armadas del 14 de junio de 1959, nos decía que Bakunin había terminado teniendo la razón política. Ripostamos a Bravo, en el sentido de que se trataba de una razón póstuma que no le correspondía, en cuanto tampoco Bakunin había podido demostrar que la abolición del Estado era posible ni había tenido ningún ejemplo de excepcionalidad histórica.

El prototipo de la “Comuna de París” en 1871, tan reivindicado por los anarquistas y de cuyo suceso Marx escribió, no constituyó plenamente la abolición del Estado, sino la suspensión transitoria de sus formas organizadas de dominación; no fue el fin de su naturaleza opresora ni la supresión de la lucha de clases. Edward Bernstein sostuvo que el tránsito del socialismo como sistema sustituto del capitalismo, solamente podía producirse a través de un proceso de acumulación y conquista democráticas, que superara a su oponente, por la ley del desarrollo de las fuerzas productivas y la necesidad social del equilibrio y las garantías de transformación revolucionaria, demandante del surgimiento de una sociedad igualitaria.

Para Bernstein, la lucha por reformas era esencial, advirtiendo que el capitalismo tendía al desarrollo de formas nuevas de dominación, que superaban las condiciones espantosas de explotación laboral de sus orígenes. No habló Bernstein de la abolición del Estado porque ni siquiera los que hablaron sobre ello lo hicieron con amplitud ni certidumbre, sino como profecía o especulación, y donde hay profecía no hay ciencia. Cuando los socialistas se dividieron definitivamente como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, las ideas del socialismo democrático fueron abriéndose paso de manera independiente en la contradicción capitalismo versus comunismo. ¿Cómo se puede prescindir del Estado? Hablamos del Estado como ente regulador de las contradicciones, como freno de la búsqueda del lucro ilimitado, como factor de estabilidad social y garantía de una justa distribución de las riquezas, como base de los servicios y eficiencia en la lucha contra el hambre, la pobreza y la explotación.

En Suecia no hay pobreza ni miseria, ni hospitales sin medicinas porque la medicina está socializada y los servicios también; no hay desempleo, hay pleno empleo, y el nivel de vida es uno de los más altos del mundo; hay acceso a la educación a la cultura como herramientas de transformación humana, y sobre todo hay libertad, derecho a ejercer la voluntad democrática sin estar sujeto a censura ni represiones. ¿No es Suecia, no son los países nórdicos, modelos de la social democracia que aspiramos? En Chile, una coalición de centro izquierda, que gira hacia las ideas socialistas democráticas, logró reducir el índice de pobreza de un 50?% en que la dejó el tirano Pinochet, a un 10%, actualmente. ¿No se trata de un acierto de políticas y de acciones que debe ser evaluado positivamente?

Hay que democratizar el viejo Estado represivo, hay que humanizarlo, hay que hacerlo incluyente, hay que convertirlo en un poder de equilibrio social. Hay que asimilar las experiencias de la social democracia, allí donde este sistema ha funcionado con éxito. En República Dominicana, donde algunos sectores pretenden borrar la ideología política creando una tecnocracia canalla y desalmada, y donde la actividad política ha perdido claridad y profesionalidad, los social demócratas tenemos que armarnos de valores, de ideas claras, de propuestas y no desmayar en la lucha por conquistar un gobierno que responda sensiblemente a los intereses mayoritarios de la población.

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